Marina Picazo – Arty Bags


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13.03.2020

Fluir con el proceso, la llave que abre el juego.

Hoy, trabajando en una Arty, me vino a la mente el recuerdo de algo que pasó hace unos años: era una tarde ventosa de verano cuando llegó Andrés, mi marido, con un rumano llamado Sebastián, a quién había recogido en la ruta de Zapala, camino a San Martín; cuando más tarde le pregunté a Andrés qué hubiera sido del rumano si él no lo rescataba de la ruta en medio de semejante vendaval, me respondió: “Sebastián solo pensaba en pedalear y dejarse llevar por el viento”.

En ese momento algo me resonó de esa frase, pero recién ahora entiendo que es una gran paradoja el pensar que nuestra tranquilidad depende de estar alineados y estáticos, cuando, en realidad, si elegimos fluir con el proceso en lugar de sostener la rigidez, nos abrimos a posibilidades que no hubiéramos imaginado y nuestro viaje puede tomar rumbos inesperados, tal como hizo Sebastián, que, al entregarse al proceso, tuvo su premio.

Cada día estoy más convencida de la importancia de respetar los procesos, porque en ese permanecer sin escapar, aunque no nos resulte cómodo, no solo vamos a asimilar al máximo la enseñanza y fortalecer nuestra responsabilidad, sino también, y lo que es más importante, vamos a conectar con el juego, el gozo y el disfrute que se esconden en todos los procesos cotidianos.

Esto me lleva a pensar: ¿a qué le tengo miedo? ¿Al éxito de mi emprendimiento? ¿A la incertidumbre de los siguientes pasos? ¿Pero acaso no radica ahí toda la gracia de nuestra existencia en la tierra? El tener ante nosotros un millón de caminos posibles y nunca saber cuál va a ser el próximo. ¿O no es obvio que este viaje sería tremendamente aburrido si ya tuviéramos un plan trazado, con puntos y comas, desde que nacemos hasta que morimos?

El problema no es no tener un plan, el problema es tener uno inflexible. Hasta a veces, lo mejor sería carecer por completo de él, para entregarnos y fluir con la magia que la vida nos tiene preparada.

Como numerosas religiones, gurúes, chamanes y quías espirituales aseguran desde el inicio de los tiempos: no somos cuerpos que tienen alma, somos almas que tienen cuerpos, solo que, de tanto en tanto, nos perdemos en el mar de los tengo que y los debo, y se nos olvida. Y es justo ahí cuando aparece el miedo disfrazado de control y rigidez, y nos aleja del disfrute.

Solo hay que sentir, agradecer y aceptar los regalos de la vida. Ayer, por ejemplo, viví uno de esos momentos mágicos, cuando a una mujer se le iluminó la cara leyendo una frase de una Arty: “Es justo lo que necesitaba escuchar”, me dijo con una sonrisa, y yo me sentí agradecida y en paz.

Porque, al fin y al cabo, si es mi alma la que brilla, ¿cómo me puedo tener miedo a mí misma?

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